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Mis pequeños soñadores ♥

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martes, 24 de enero de 2012

Travesía en Tres Quintas.

-¡Tres  Quintas! – Anunció el guarda del ómnibus en el que viajábamos. Anteriormente nos había estado asustando con que, no sólo íbamos al lugar más recóndito del planeta en vacaciones (cosa que ya sabíamos), sino qué además estaba minado de “mosquitos rusos chupadores de sangre”. Nos decía con su cantito que denotaba era del interior del país.
- ¿Esto es el paraje Tres Quintas?-  preguntó Mica que era quien iba delante de nosotras y podía ver algo por la ventana. El tono de su voz despedía un toque de miedo e inseguridad.
- Sí, pero no se preocupen gurisas. Es un lugar tranquilo, degollaron dos o tres nomás. Decía entre risas.
Esas bromas no ayudaban mucho, y menos las historias que contaba Mica en el viaje, donde sólo veíamos campo iluminada por una escasa luna.
Mica hablaba de historias como que ahora se va a romper el ómnibus, las luces se van a ir apagando poco a poco hasta quedar en la oscuridad total, va a venir un lobizón y nos va a comer a todos. Yo me imaginaba escenas de películas como Cuarentena, Los niños del maíz, y la serie Lost.    
El ómnibus finalmente se detuvo en una garita apelas iluminada por un foco, mágicamente la luna había desaparecido. A nuestras espaldas se veía un boliche de campo, con una leyenda de un whisky que seguramente no vuelva a beber en la vida. A nuestro alrededor campo, y monte.
-Bueno gurisas, que tengan buena estadía y cuidado con los mosquitos vampiros- Alcanzó a decir el guarda luego de dejar nuestros bolsos a la orilla de la carretera.
El ómnibus arrancó y sentimos el impulso de salir corriendo tras él, clamando que no nos dejara solas y abandonadas en aquel sitio desconocido.
­-No tengan miedo, estoy segura de que acá hay una comisaría, lo recuerdo perfectamente- Dije con optimismo a Cami y Mica, pero pese a que miraba para todos lados, no veía más que campo y oscuridad. Resulta que me había equivocado de paraje con eso de la comisaría, y en vez de Tres Quintas, estaba en Tres Bocas. ¿Por qué todos los lugares me sonaban igual? La cuestión es que eran las cuatro y media de la mañana, y restaban tres horas de espera para el siguiente bus, en medio de la nada. Éramos tres chicas solas, y con un ancla de diez bolsos de diez kilos cada uno. Bueno, tal vez exagere un poco con lo del peso, pero realmente no sentíamos así.
La primer idea que tuvimos fue escondernos de toda vida humana que pasara por la carretera, y que a esa hora, era nula. Así que hicimos dos viajecitos para llevar los bolsos contra un alambrado que separaba un camino, del monte, y donde la luz era escasa.
Cuando luego de acarrear los bolsos hasta allí nos sentamos, al darnos vuelta vimos decenas de vacas mascando, echadas, y que nos miraban con la cara más raras que tenían, sin duda no entendían nada de lo que estaba ocurriendo. De repente un camión con dos zorras encendió la marcha y avanzó un par de metros para luego apagarse. Su objetivo sin duda era hacer saber que había alguien allí dentro. Seguro era Jason, a quien no le costaría nada ocultar nuestros cuerpos sin vida entre los árboles del tupido monte,luego de matarnos una por una con una motosierra Goldex, al mejor estilo Homelite. Decidimos escondernos entonces detrás de la garita, y frente a esa especie de pulpería campestre, la cual estaba más que cerrada. Los perros nos perseguían ladrándonos y mostrando sus colmillos sedientes de turistas montevideanas inexpertas.
Cuando la travesía de la garita terminó, pensamos que si Jason vendría por nosotras, era necesario tener algún arma como defensa. Sacamos entonces el martillito con el que pensábamos clavar las estacas de la carpa, y nos guardamos dinero y celulares en los bolsillos. Ya nos imaginábamos la escena de nosotras corriendo por el campo desesperadas, en busca de señal en el celular y escapando del asesino. Si íbamos a escapar entre el monte, mejor hacerlo sin bolsos, además ¿para qué los querríamos? Estábamos luchando por sobrevivir.  
Nos pusimos en línea contra la pared de la garita de ómnibus, y se venía algún auto nos escondíamos hacia atrás.
-No hablemos hasta el amanecer­ – sugirió Cami. Para eso faltaban aún dos horas.
Nunca fui tan creyente como esa madrugada. Rogaba por mi vida y por la de mis amigas a todos los santos que conocía. Mientras Cami, alerta ante todo ruido vigilaba la zona con el martillo entre sus manos., dispuesta a cometer un delito para salvar su vida.
Fue el amanecer más hermoso de todos, el que más agradecí. No tanto por la belleza del lugar, al cual mucha atención no presté. Sino porque nos anunció que habíamos sobrevivido al campo, al chupacabras, los caminantes psicópatas, a Jason y los asesinos seriales. Nos reímos de la situación y recordamos las cosas que pensábamos y que hicimos, ahora ya estábamos un poco más sueltas, pero la sensación todavía quedaba.
-¡Ahí viene un ómnibus!- Anuncié, y corrimos con los bolsos hacia la parada.
El Chadre mermó la marcha y de él descendió la primera vida humana que habíamos visto desde que nos habíamos bajado del bus anterior.
-¡Buen día! ¿Este va para San Javier?- pregunté al chofer.
- A la vuelta-  Respondió él.
-¿Podemos subir ahora? Es que estamos un poco asustadas. – Dije sincera y tímidamente.
El chofer sonrió y dijo que sí. Agradecimos y subimos. Al sentarnos sabíamos que ahora sí estábamos a salvo. No había avanzado más que un par de metros el ómnibus cuando vimos todas las viviendas del pueblo que definitivamente ignorábamos. Menos mal que no vino Jason, sino hubiésemos escapado para el otro lado, y vaya a saber uno dónde estaríamos ahora.                                                     


                                                  

2 comentarios:

  1. por lo menos estas viva y con una anecdota para contar.
    me encantan tus fotos (si es que son de tu autoria)

    Besugos

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